17 de noviembre de 2014

Si el Señor...

 


Si el Señor hubiera (¿hubiera?) tenido que predicar este Evangelio al mundo actual, al hombre de hoy, a nuestro entorno, a nosotros mismos, seguramente el libre y grácil fluir de sus gestos y verbas se hubiera (¿se hubiera?) atascado con escollos, con mil escollos, con que el oyente interlocutor interceptaría —e interrumpiría— la parábola. Y no una vez, sino mil.
Muy de entrada, con los primeros bellos compases sinfónicos nomás —un Amo llamó a sus siervos y les confío sus bienes— saltaría la molesta y chirriante voz del valentón y engreído enano matón: ¡objeción, su señoría! ¿Qué es eso de “Amo”? ¡Qué amo ni amo! Esa es una visión de Dios imperialista y patriarcal, despótica y dominante! El dios genuino es un tipo macanudo, un tipo fenómeno, un amigazo incapaz de matar una mosca; mucho menos, de ponerse en amo y señor… ¿Y qué es eso de “sus” bienes? ¿Eh? ¿Sus? ¡Qué sus ni sus! ¡Son nuestros bienes! Todo cuanto somos y tenemos (aunque reconozcamos que son re-ga-lo de Dios) justamente por eso mismo son nuestros, no suyos. ¡Por favor! ¡De dónde sacaron a este parabolero de cuentos medievalistas!

Pero el Señor, haciendo caso omiso, procurará avanzar: a uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno. ¡Objeción!!! —gritará con amanerada estridencia y estirado índice, el defensor de El Hombre y de Lo Humano—. ¿Usted nos está tomando el pelo? ¿Qué dios es ese incapaz de una justicia tan elemental y básica como lo es dar a todos por igual? ¡Usted está haciendo apología de la desigualdad, usted vindica la discriminación, —y con timbre creciente en volumen y agudeza—: ¡usted, en nombre de la religión, humilla al intocable Hombre-Sabio-Sabio sembrando diferencias entre ellos! ¡Cuando nuestro mayor honor, nuestra máxima dignidad consiste justamente en que somos todos iguales! ¡Iguales entre nosotros e iguales ante dios!

Pero una vez más, el Señor, como pasando entre medio de los chirridos, avanzará hidalgo con su parábola: el que recibió cinco devolvió diez y el Amo dijo a su esclavo: has hecho bien, has hecho lo que te correspondía, siervo fiel en lo poco… ¡OBJECIÓNNNN!!!! ¡Esto sí que es un atropello, un abuso, un crimen de lesa humanidad! ¡No sólo no alcanza devolver lo mismo recibido, sino que doblándole el patrimonio al patrón explotador, de éste no sólo no recibe una comisión (¡ni una miserable comisión!!!) sino que tiene que aguantar el cínico y lacónico comentario de que no hizo más que lo que le correspondía hacer! ¡Esto es monstruoso!

Con Voz calma, agregará el Señor: y al que recibió uno solo y lo devolvió tal cual lo recibió será retado severamente y expulsado afuera. Cual gastadas pastillas de freno de micro destartalado espetará el insufrible enano: ¿retado y expulsado? ¿Y a “eso” llaman después misericordia, eh? Peroporfavor! ¿Y ese es un dios inclusivo, un dios que no deja afuera a nadie, que no juzga a nadie y lo perdona todo? ¡Perdona deudas millonarias y no va a “perdonar” que se le devuelva el monto exacto recibido inicialmente! ¿De dónde sacaron a este embaucador, vendedor de dioses obsoletos y perimidos? ¡No me interesa escucharte más! ¡Sáquenlo de aquí!

Y la Voz calma rematará: y allí afuera habrá gritos y rechinar de dientes.
Un discípulo sentado delante de todo, osó tímidamente hacerle la pregunta: Maestro, ¿qué es eso del rechinar de dientes? A lo cual el Señor, extendiendo su inmenso Brazo hacia el enano chirrión, responderá: ¿acaso no lo han escuchado desde que inicié mi parábola?
 

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